martes, 27 de septiembre de 2011

Un titular que dice exactamente lo contrario de lo que debe decir


Leemos en un titular de El País que el IRPF en España supera la media de la Unión Europea.

Pero luego resulta que no es eso, que lo que supera la media de la Unión Europea es el tipo marginal más alto. Esto solo quiere decir que los que declaran más renta en España pagan un tanto por ciento de impuestos sobre sus últimos euros ganados una cantidad mayor que lo que hacen los más ricos de otros países. No quiere decir que los más ricos paguen más proporción de impuestos que en otros países. Para eso hace falta saber cuánto pagan en los primeros tramos de renta, cuántas desgravaciones tienen, a cuánta gente afecta el tipo marginal en cada país y algunas cosas más.

En lugar de ver qué pasa si vamos teniendo en cuenta cada una de esas variables es más ilustrativo si nos fijamos en la presión fiscal (la wikipedia viene en nuestra ayuda). Podemos ver que la española es de las más bajas de las europeas. Si, además, sabemos que el IVA es más de dos puntos más bajo que la media europea (lo dice el propio artículo de El País) y que, junto con el IRPF son la fuente principal de ingresos via impuestos, no queda otra que deducir que la presión fiscal por IRPF tiene que ser, por fuerza, bastante más baja que la media europea.

Es decir, que la realidad va en la dirección opuesta que lo que dice el titular. ¿Tan difícil era decir las cosas bien?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Asombrosos Amazings


Amazings Bilbao 2011 se celebrará durante los días 23 y 24 de septiembre, en los que desfilarán por el impresionante escenario del Paraninfo de la UPV, junto al Guggenheim en Bilbao, más de 70 colaboradores de Amazings para realizar charlas científicas entretenidas, interesantes y, por supuesto, divertidas.

EL formato de conferencia es muy dinámico, puesto que serán charlas de 10 minutos, el tiempo suficiente para explicar una buena idea, contar una historia apasionante o aclarar algún concepto científico. Nada de extensas y aburridas conferencias de dos horas, se busca agilidad y rápidez. Los colaboradores de Amazings se enfrentan al reto de conseguir captar la atención del público en ese breve espacio de tiempo y además explicar su idea sin sobrepasar ni un segundo ese límite.
Además, el evento se completará con multitud de actividades alternativas como exposiciones fotográficas, monólogos de humor, cineforum y hasta la actuación de un mago.
Todo gracias a Amazings, Juan Ignacio Pérez y su Cátedra de Cultura Científica en la Universidad del País Vasco, Igor Campillo, director de Euskampus y Félix Goñi presidente de la Fundación Biofisika Bizkaia.

Aquí está el programa completo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El impuesto sobre el patrimonio


Se han dicho varias críticas al impuesto sobre el patrimonio, y algunas bien razonables. De ellas no se deduce que poner ahora ese impuesto sea peor que no ponerlo.

Es un impuesto que grava el ahorro, la riqueza acumulada, y no la renta anual. Es una doble imposición. Se pagó al ganar la renta y se sigue pagando al mantenerla. Es, por tanto, injusto. ¿Sí? Si lo es no lo será por eso, sino porque permita que dos personas en iguales condiciones paguen distinto. O porque una persona con mayor nivel de vida pague menos que otra. O algo así, que creo que son esas las cosas pertinentes para hablar de justicia.

Impuestos dobles ya los conocemos. El IVA grava la renta cuando se consume, la misma renta que se gravó al ganarse. ¿Es injusto? No lo sé, pero al destacar esto, hemos destacado dos cosas:

1. Si el estado pudiera saber exactamente la renta de cada individuo, es posible que un impuesto sobre la renta fuera suficiente. En ausencia de esta omnisciencia, el estado hace lo que puede (o lo que sabe hacer) combinando varios impuestos. Por eso los tenemos de todo tipo.

2. El impuesto sobre el patrimonio no es doble imposición, sino triple imposición, porque ese patrimonio se compró pagando su IVA.

¿Por qué no gusta el impuesto del patrimonio? Parece ser que concurren varias cosas. La primera, ya apuntada, esa triple imposición. La segunda, que al parecer no permite recaudar demasiado. La tercera, que impone una distorsión demasiado alta en las decisiones de ahorro y consumo. Las demás razones se siguen de estas.

Todo eso puede ser cierto y son, tal vez, razones para diseñar un sistema impositivo que no lo incluya (y que sí incluya, también tal vez, un mayor escrutinio sobre las rentas que se ocultan).

Pero ahora estamos en crisis y hay que conjugar reformas (de las que vamos haciendo alguna que otra tarde y mal) con parches. España necesita (acháquese a la crisis, al mal gobierno, a los bancos, o a quien sea) dinero para no tener que pedir prestado a intereses cada vez más alto. Los recortes no bastan porque hay compromisos que vencen y hay que pagar o declarar suspensión de pagos. Este impuesto permite recaudar un poco más, y no nos va a hacer ver injusticias mucho más grandes de las que estamos viendo desde el comienzo de la crisis. Eso sí, cuando acabe la crisis quitamos el parche.

Suma y sigue.

domingo, 11 de septiembre de 2011

La entrevista de Fuentes a Navarro


Hace unos días, Manel Fuentes entrevistó a Vicenç Navarro en Catalunya Ràdio (se puede oír aquí, está en catalán, pero se entiende bien aun sin ser catalano-hablante). El tema era la reforma de la Constitución para incluir la disciplina presupuestaria.

Fuentes le preguntaba a Navarro si estaba de acuerdo con la idea del déficit cero estructural. Navarro se iba por peteneras. En algún momento parecía que sí, pero en otros decía que eso puede limitar el gasto público. Fuentes insiste en que no se trata del gasto, sino de su financiación, endeudándose o con impuestos y que, de ambas maneras se acaba pagando, solo que la deuda implica pagar impuestos. Navarro sigue sin concretar por qué está en contra de limitar la deuda y se pone a hablar de lo bajos que son los impuestos en España, de lo poco que pagan los ricos y de lo poco que dedicamos al gasto social, todo ello comparado con otros países de nuestro entorno. Fuentes pierde la paciencia y le señala que ese no es el tema, que no estamos hablando de pagar más o menos impuestos o de querer más o mensos gasto social, sino de la deuda, vaya a la cuestión, señor Navarro. Navarro pide que no le interrumpan, que le dejen explicarse, pero como no acaba de hacer la conexión de lo que habla con su opinión de que es bueno no limitar la deuda, Fuentes pierde los papeles y le acaba colgando el teléfono.

Este episodio me lleva a dos reflexiones (tal vez tres).

Primero: Fuentes es un humorista y no se le conocen especiales competencias en economía. Navarro es un catedrático de sociología y, a pesar de que no se le conocen publicaciones en economía (en revistas científicas con evaluación anónima), es una voz muy oída en esta área (aquí y aquí he hablado de él). Lo curioso es que el humorista tenga un conocimiento mayor que el supuesto experto en una cosa tan sencilla como es distinguir la posibilidad de dedicar más recursos a gastos sociales del tema de la disciplina presupuestaria.

Segundo: En España, excepto en algunos programas humorísticos, no se suele dar demasiada caña al entrevistado. Estoy acostumbrado a las entrevistas a las que se someten políticos y expertos en los EEUU y, desde luego, el entrevistador no suele dejar escapar una contradicción o una respuesta evasiva e insiste en ella. Me gustaría ver esto más a menudo y me gustaría verlo no precisamente en programas de humor, donde no se busca la profundidad ni la claridad de ideas, precisamente.

Tercero: Navarro fue, a pesar de sus evasivas y contradicciones, más educado que Fuentes, sobre todo en el bochornoso final, en que Fuentes le manda, más o menos, a hacerse los deberes otra vez y le cuelga el teléfono de mala manera.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Mejor rendirse al mercado tarde que nunca


Allá por abril dediqué una entrada a criticar la política del Banco Central Europeo, que veía riesgos de inflación no se sabe dónde, y que abogaba por subir el tipo de interés. Estaba entonces en el 1% y en estos meses lo ha subido un par de veces hasta dejarlo en el 1,5%.

En vez de apostar por la decisión de menor coste y riesgo, cual era mantener bajos los tipos dado que gran parte de la eurozona todavía no acababa de crecer y tenía falta de liquidez, apostó por la de mayor coste, subir los tipos por temor a la inflación. ¿Por qué era la de mayor coste? Porque el coste de equivocarse si mantenía o bajaba los tipos era mínimo. La inflación, como ya decía en la entrada, era muy baja entonces y, aunque creciera, se mantendría en valores que no iban a hacer daño a nadie. El coste de equivocarse con la decisión tomada ha sido no favorecer o agravar la recuperación de varios países de la zona euro.

Como a la fuerza ahorcan, Trichet, el presidente del BCE, por fin se entera de cómo está el mercado y da su brazo a torcer. Lo hace tarde y lo hace mal porque no se atreve a bajar aunque sea un cuartillo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La economía de la discriminación 9


Repasemos los distintos modelos de causas de la discriminación y sus implicaciones en la eficiencia económica.

En el modelo de Becker no hay pérdida de eficiencia si se respetan las preferencias de los individuos en la economía. Sí la habrá, en cambio, en la medida que estas preferencias sean deploradas por parte de la sociedad. En este caso las preferencias discriminatorias causan una externalidad negativa. El criterio de eficiencia requiere que estas externalidades sean internalizadas, tal vez subvencionando la contratación del grupo discriminado por el grupo discriminante. La dificultad de detectar a este último grupo y los problemas de riesgo moral que esta política supondría son obvios, pero puede apuntar una dirección en la actuación pública.

Si la discriminación se basa en creencias erróneas por parte de algún agente o grupo de agentes y la situación es tal que ningún agente encuentra razones para abandonar sus creencias, se hace necesaria una acción por parte de algún otro agente externo a ellos que pueda alterar este sistema de creencias. Como se observó en la discusión de este tipo de discriminación, un agente concreto no tendrá el incentivo necesario para alterar su conducta en un sentido no discriminatorio, a pesar de que como colectivo todos los agentes quisieran que una sistema de creencias no discriminatorio fuera de conocimiento común. Hay, por lo menos, tres mecanismos para abandonar un sistema de creencias erróneo. El primero a través de cambios individuales en las actitudes discriminatorias (inversiones individuales), otro de coordinación en un nuevo equilibrio sin discriminación y un tercero de aprendizaje de las verdaderas preferencias de los demás agentes. Estos tres mecanismos, o bien no se ponen en marcha con los incentivos individuales o bien presentan un proceso de convergencia a la situación no discriminatoria demasiado lento.

La discriminación estadística sólo justificará una intervención pública si el problema de información puede ser resuelto más fácilmente por el sector público. Si es posible mejorar la manera de obtener información sobre los candidatos, en la medida que la información tiene carácter de bien público, podría justificarse una intervención. Los incentivos de cada empresa en particular por mejorar la obtención de información son de la misma naturaleza que los de mejorar cualquier otra etapa del proceso productivo. Para justificar una acción pública habría que justificar que las externalidades generadas por esta mejora son significativas en el margen (en el punto de decisión individual de la empresa). Un tipo de externalidades posible se refiere no tanto a la difusión de la tecnología que permite recabar información más precisa de los candidatos, sino a los efectos de la discriminación estadística (y de cualquier otro tipo) sobre las decisiones de inversión en capital humano, pero este aspecto se tratará más adelante. De momento, estas decisiones se han tomado como exógenas, para aislar los efectos característicos de estos modelos de discriminación.

En el modelo de Spence, la señal que permite en algunos equilibrios distinguir entre los candidatos de alta y baja cualificación representa, en sí misma, una pérdida de eficiencia con respecto a la situación ideal de información perfecta. Como la información simplemente no está disponible, la comparación debería ser con la de cualquier otro mecanismo (o equilibrio) que permita el mínimo gasto posible en la señalización de la cualificación. En el caso analizado, se trataría de encontrar el menor nivel de educación que permite al empleador tratar, en equilibrio, a aquéllos que lleguen a ese nivel como trabajadores hábiles y como de baja habilidad a los demás. Cambiar el equilibrio prevaleciente (en principio arbitrario) por este otro supone un problema semejante al generado por las falsas creencias. Es necesaria una gran coordinación para lograrlo. Un aspecto que sí se puede resolver fácilmente en el modelo analizado es el de la diferencia entre el nivel de educación exigido para los hombres y las mujeres. A falta de especificar una dinámica concreta, podría bastar con prohibir que se exijan distintos niveles de educación para una misma tarea a individuos de distintos colectivos.

En cuanto a los modelos de inversión en capital humano, si las decisiones sobre distribución de tiempo entre actividades en el hogar y fuera de él son personales y no están mediatizadas por factores discriminantes, no hay lugar para una intervención pública en aras de conseguir una asignación más eficiente. Si las razones que motivan estas decisiones son debidas a la existencia de alguna discriminación en el mercado laboral que genera ineficiencia, las repercusiones se multiplican al considerar la cualificación profesional como variable de elección endógena. En aquellos casos donde ya se apuntaba como posiblemente necesaria un acción pública, ahora se vuelve más justificada (por ejemplo, la corrección de las falsas creencias). Casos que antes no ofrecían argumentos para tal intervención, pueden ofrecerlo ahora. Por ejemplo, en la discriminación estadística, incentivar la contratación femenina puede ser una manera de hacer más atractiva para las mujeres la inversión en capital humano. Si al incrementar el número de mujeres en cargos de responsabilidad se consigue eliminar la discriminación estadística (porque cada vez hay un mejor conocimiento de la calidad del trabajo femenino directamente, al contratar a más mujeres e, indirectamente, al tomar más mujeres decisiones de contratación) se produce una mejora que, individualmente, cada empresa no tenía incentivos en realizar. Esta actuación no está exenta de posibles problemas de riesgo moral, si las mujeres anticipan un trato de favor en algunas contrataciones y encuentran más provechoso invertir menos en su preparación. Que se llegue o no a esta situación dependerá del nivel concreto al que se establezca la política de incentivos a la contratación femenina. Está por hacerse un estudio exhaustivo de las consecuencias de las políticas que en este sentido se han llevado a cabo en distintos países.

Por último, decisiones involuntarias que influyen en la inversión en capital humano pueden ser consideradas por la sociedad como susceptibles de ser aseguradas con argumentos del tipo del "velo de la ignorancia". La dificultad de este argumento en el caso concreto es que, cuando los individuos de la sociedad pudieran llevar a cabo un contrato social de este tipo, ya están encarnados en sus tipos; es decir, ya conocen su sexo. Los pertenecientes al grupo no discriminado no tendrán, en general, los incentivos adecuados para preferir una situación de seguro universal contra la discriminación. Solo en la medida que se identifique con el otro grupo, por ejemplo, por querer legar a sus descendientes (cuyo sexo no conoce) un mundo sin discriminación. Este argumento no depende de que la discriminación se concrete en diferencias en la inversión de capital humano; es igual de válido para cualquier otro tipo de discriminación.

Continúa en La economía de la discriminación 10.

viernes, 2 de septiembre de 2011

En un planeta cuadrado


¿Cómo sería estar en un planeta cuadrado?

Sorprendentemente, esta simple pregunta evoca una de las más fascinantes visiones de ciencia ficción que he leído últimamente.

Un planeta cuadrado (debería decir cúbico, lo sé) es una imposibilidad astronómica. Por definición, un planeta ha de ser tal que la gravedad ha obligado la forma redonda. Tenemos que imaginar que, por ejemplo, una civilización adelantadísima ha conseguido pulir un planeta hasta hacerlo cuadrado. Para que ello sea posible, el planeta no puede tener sino un manto y núcleo pequeños y ser casi todo corteza. De otra forma, al empezar a pulirlo saldría todo el magma del interior, arruinando el trabajo. Con un poco de suerte, el planeta se mantendrá así unos cuantos millones de años.

Si estamos en el centro de una de las caras y comenzamos un largo viaje a uno de los vértices observaremos lo siguiente. Primero de todo, el horizonte es vastísimo. En la Tierra uno puede abarcar unos cinco kilómetros. En cubilandia uno podrá, si nada le limita la vista, ver las cuatro aristas que le rodean a miles de kilómetros de distancia. Lo segundo que observamos es que, a medida que avanzamos hacia el vértice de nuestra elección es como si subiéramos una montaña cada vez más empinada. El vértice deja de estar en el horizonte para parecerse al pico de la montaña más alta jamás vista. Si el Everest tiene casi nueve kilómetros de altura, aquí estaríamos hablando de una montaña de miles de kilómetros. El centro de la cara y el vértice opuesto siguen estando detrás, pero ahora, además, están debajo, muy debajo de nosotros.

¿Qué ha ocurrido?

Debemos recordar que la fuerza de gravedad nos atrae hacia el centro del planeta. La dirección hacia el centro es perpendicular a la cara solamente en el centro de cada cara. A medida que nos acercamos al vértice, la línea que nos une con el centro del planeta está inclinada con respecto a la cara sobre la que caminamos, y cada vez lo está más. Nuestra posición vertical (la natural, la medida respecto a la gravedad) nos coloca inclinados respecto a lo que ahora es la madre de todas las cuestas.


¿Y si el planeta tuviera océanos y atmósfera? Pasaría que el agua se concentraría en el centro de las caras, formando una cúpula sobre ellas, como en la figura de arriba, pero con una cúpula mucho más pequeña, apenas sobresaliendo por el centro de la cara. Uno puede pulir el planeta para hacerlo cúbico, pero el agua se concentrará esféricamente para obedecer la ley de la gravedad. La atmósfera sería una fina capa de pocos kilómetros por encima de esta cubierta de agua. A la orilla del océano de una de las caras veríamos el mar como lo vemos en la Tierra, pues en la orilla estaríamos perpendiculares a la superficie del mar en ese lugar, mientras que la parte seca sería ya un terreno ascendente. El océano nos impediría ver la arista y los vértices del otro lado.

Se puede tener una idea de lo grandes/pequeñas que serían estos casquetes de agua y atmósfera viendo el volumen que representan respecto a la Tierra:


Quiere decir también esto que, a medida que nos alejáramos en nuestro viaje al vértice, subiendo siempre, enseguida dejaríamos atrás la atmósfera. Se hace imperativo llevar un traje de astronauta. Podría haber vida en el planeta, quién sabe, pero estaría recluida al centro de cada una de las caras. Serían seis mundos sin contacto entre ellos. El viaje de una cara a otra se antoja una hazaña casi tan difícil como el viaje a la luna.

Cuando lleguemos finalmente al vértice será como estar en la cima de una pirámide de base triangular y pesaremos la mitad de lo que pesábamos al comienzo del viaje sin haber adelgazado un gramo. Desde allí podremos ver los tres mundos en los centros de cada una de las tres caras adyacentes. Cuidado, un resbalón y perderíamos el equilibrio para caer rodando hasta uno de ellos. Es lo que habrán hecho todas las piedras, rocas y arena que hemos soltado de la montaña. Es lo que hará la montaña-vértice durante millones de años hasta que hayan rodado todas las piedras y el planeta sea redondo, como manda la ley de la gravedad.